7 de diciembre de 2016


Siento como una gran nube negra me cubre. Siento que no siento nada. Veo la vida que se mueve frente a mis ojos.

Oigo ruidos, voces, siento olores. Pero es como si hubiera un muro entre el mundo y yo. Sentirte vacío no es no sentir nada.

Es sentir eso, sentir el vacío. Sentir ese agujero en el pecho que te absorbe, como una aspiradora, es como una profunda tristeza en un mundo feliz, es frío en un verano ardiente. El vacío es llorar mientras todos ríen. Es llorar pero sin saber por qué. Es no esperar nada, es saber que no puedes buscar, es estar solo en compañía, es peor que no tener respuestas, es no tener preguntas.

No hay sentido, no hay nada, sólo hay todo lo que falta. Sentirte vacío es tener la certeza de que no habrá nada que lo llene.

Mi mente se va vaciando, llenando de nada. El vacío es oscuro y frío. El vacío está hecho de todo eso que no eres tú. Es dormir sin soñar. Es vivir sin soñar. Es amar sin sentir. Es soñar sin sentir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué siento este frío, mas frío del que nunca sentí en toda la vida?

Y desde ahí, desde el vacío más profundo, mi alma se empieza a llenar.

Una persona usualmente se convierte en aquello que cree que es. Si yo sigo diciéndome a mi misma que no puedo hacer algo, es posible que yo termine siendo incapaz de hacerlo. Por el contrario si yo tengo la creencia que sí puedo hacerlo, con seguridad yo adquiriré la capacidad de realizarlo aunque no la haya tenido al principio.

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